Clack
A clase siempre
se entraba a las 8 de la mañana. Aquel día, el jueves, a primera hora teníamos
Lengua, bien, me gustaba, pero después Matemáticas que era un rollo. No sólo
porque no nos gustaran, éramos un COU de letras, sino porque el profesor de
turno, que era un tipo recién salido de la Universidad, y el hombre, el pobre,
no sabía dar clases, se ponía a llenar la pizarra de símbolos y corchetes y nos
parecía que estaba hablando para él sólo, era como un murmullo sordo. Por
suerte, nos enteramos que era troskista, de La Liga Comunista Revolucionaria,
de la LCR, lo cogimos un día bajando las escaleras del instituto y, a nuestra
manera, lo extorsionamos para que se olvidara de nosotros y nos pusiera un 5 a final
de curso, ya lo entenderás según sigas leyendo.
Me extrañó que Camilo
no estuviera en clase ese día, que se perdiese la primera hora, bueno, eso le
pasaba a todo el mundo alguna vez, pero a segunda tampoco, mosqueaba. No había comentado nada la noche anterior cuando
nos despedimos, después de la reunión de la célula. Ese día, el jueves, cuando
salimos a desayunar, ya se había enterado medio instituto, habían detenido a un
montón de gente y los tenían abajo, en La Plaza de La Feria, Camilo era uno de
ellos.
Te cuento la
historia, pero de esa semana nada más, pero empezando por el domingo y no aquí,
sino en Madrid. Ese día, el domingo, los Guerrilleros de Cristo Rey, fuerte
nombre, mataron a un pibe, a un estudiante, le metieron un tiro a sangre fría y
por la espalda, y a la piba que iba con él, otro tiro en todo el pecho, ella
tuvo suerte y escapó. Al día siguiente, el lunes, por la mañana, en una
manifestación por la muerte del pibe este, los grises van y matan a otra piba,
a otra estudiante, un bote de humo en toda la cabeza. Por su parte, los GRAPO,
van y secuestran a un militar de alto grado, ya tenían a otro desde un par de
días antes y la ETA a lo suyo, matando policías por toda España. Ese mismo día,
el lunes por la noche, todo esto que te estoy contando en Madrid, los fachas
entran en un despacho de abogados laboralistas, de Comisiones Obreras, del Partido
Comunista… al tiro limpio, con metralletas, calibre 9 mm corto, mataron a 5 y
dejaron un montón de heridos.
El martes, ahora sí, en Las Palmas, en el
instituto, según llegamos, sin ni siquiera entrar a clase, en el patio,
convocamos huelga general. Esto todavía no te lo había contado, pero resulta
que nuestro instituto, era el instituto más rojo de todos los institutos rojos
de toda España. Primero, asamblea en el patio, y a continuación, Camilo, como
siempre, que tampoco te lo había contado, pero era el líder del instituto, se
largó un mitin de los suyos, con voz clara y premisas más claras aún, nos vamos
de manifestación, para abajo, para Las Palmas. Coño, tampoco te lo había
contado, nuestro instituto, el Alonso Quesada, era el único instituto de la
parte alta de la ciudad, todos los demás, estaban abajo, en Las Palmas,
repartidos en las calles de la gente bien. Seguramente, arriba, en los barrios,
duplicábamos, triplicábamos la población juvenil, pero solamente había un
instituto masculino y otro femenino, porque en esa época, las cosas eran así,
no lo de un instituto sólo, eso, creo, sigue siendo igual, me refiero a lo de
las chicas en uno y nosotros en otro. Cuando empecé el instituto, en primero,
los chicos asistíamos a clase por la mañana y las chicas por la tarde, estuve
carteándome todo el curso, dejándonos mensajes pegados con chicle debajo del
pupitre, con la chica que ocupaba el mío por las tardes, nunca la conocí, fue
mi primera amistad virtual, también es verdad, que sólo le ponía chorradas y
guarradas y que ella me contestaba con insultos.
Al curso
siguiente ya les tenían su instituto, el Femenino de Schamann, y el día que te
hablo, ese martes, lo primero que hicimos, como siempre hacíamos cuando íbamos
de manifestación para abajo, para Las Palmas, fue dirigirnos a sacar a las
chicas, porque siempre, me imagino que avisarían por teléfono, cuando llegábamos
les tenían la puerta del patio cerrada. Allí, formábamos la tremenda,
conseguíamos abrirles la puerta y muchas no, pero unas cuantas se venían con
nosotros.
Bajábamos
caminando, haciendo escandalera, manifestándonos por todo Schamann, no sé de
donde, pero enseguida aparecían banderas con las 7 estrellas verdes y alguna
que otra pancarta. Cogíamos la calle Mariucha, bajábamos por el Parque Las
Cucas hasta el Paseo de Chil, y por la calle Curva desembocábamos en
Magisterio. Allí, los estudiantes de esa facultad, ya la tenían armada junto a los de
Arquitectura. También había un instituto femenino, el Santa Isabel de Hungría, pero
ése era de monjas y de ahí no se escapaba ni una. Lo bueno empezaba cuando
entrábamos al Paseo de Tomás Morales por la Plaza del Obelisco, allí empezaba
la jarana de la buena. Yo siempre tuve buen ojo, no sé por qué, para
identificar a los secretas, policía política los llamaban, le decía a los
compañeros, “mira uno haciéndose el loco en la parada de guaguas”, o “mira,
dentro de aquel coche, hay 4”, era fácil, si no, que iban a hacer 4 tipos
sentados dentro de un coche, a las 10 de la mañana, en el Paseo de Tomás
Morales.
En esta calle,
estaban los institutos de Tomás Morales y Pérez Galdós, siempre me llamó la
atención el montón de motocicletas que habían aparcadas a sus puertas, en el
nuestro, nadie tenía ninguna, si alguna vez aparecía alguien con una, seguro
que era robada. Eran niños bien, aunque también había alguno de nuestros
barrios. Sus padres, para darse aires, los matriculaban allí, para que se
labraran un porvenir, decían, en nosotros no creía nadie. De estos institutos, algunos
secundaban la huelga, no muchos, pero bueno, un puñado sí.
Enseguida
empezaban las cargas policiales, las pelotas de goma, los botes de humo, los
grises repartiendo porra. En aquella época, no eran ni mucho menos como ahora,
atléticos y disciplinados, aquellos, yo por lo menos, los recuerdo fofos y
muchos hasta barrigones, pero de todas formas, eso sí, miedo daban, repartían
leña sin medida alguna, nunca me dieron, y mira que participe en
manifestaciones, casi a punto estuve muchas veces, pero siempre lograba
esquivarlos, tuve suerte, me imagino. Del Paseo Tomás Morales huíamos
despavoridos por el primer callejón que encontrábamos, recuerdo que esa vez
cogimos por la calle Murga derechos a la Calle León y Castillo, en la esquina
de abajo estaba el cine Royal, en grandes carteles anunciaban el estreno de “Ha
nacido una estrella” con Barbra Streisand, pero yo, con un grupo que nos escabullíamos de los grises, nos metimos
corriendo en frente, en una cafetería cuyo nombre no recuerdo, pero que
despachaban unos bocadillos de tortilla impresionantes y sobre todo, lo que más
fama tenía, unos dulces que llamábamos matahambre, con 2 quedabas almorzado.
Perdona, pero se
me fue la olla, como te iba contando, siguiendo la secuela de esa semana, el
miércoles, lo primero que hizo el gobierno por la mañana fue prohibir las
manifestaciones, no se lo creían ni ellos, requisas de armas, expulsión de
extranjeros relacionados con organizaciones extremistas y detenciones y
registros sobre terrorismo. Esta última medida fue a la que más empeño
pusieron, pero después te sigo contando para no dejarme atrás lo del miércoles
por la noche, el entierro de los abogados laboralistas en Madrid. Se esperaba
que se armara una bien grande, el ambiente estaba tan caliente que hasta algunos
vaticinaban una nueva guerra civil, pero no, menos mal, en la reunión de la
célula por la noche, alguien comentó, que hablando por teléfono con unos amigos
en Madrid, éstos le contaron que todo fue muy tranquilo, que la consigna era el
silencio absoluto. Imagínate, decían que había más de cien mil personas
siguiendo la comitiva, todos callados con el puño en alto.
Como te contaba al principio, el jueves,
por la mañana, en clase, Camilo no apareció y luego nos enteramos que estaba
detenido abajo, en la Plaza de la Feria, que era el cuartel general de los
grises. En esa época, los llamábamos así, los grises, aunque en el barrio,
también recuerdo que la peña decía “cuidado que viene La Madam”. Luego, cuando
les cambiaron el uniforme, los llamaban los maderos, ahora no sé cómo les dirán.
Bueno, como te iba diciendo, imagínate el revuelo que se formó en el instituto,
recuerda que Camilo era el líder. Ese día no volvimos a entrar a clase, nos
marchamos para averiguar lo que había pasado. Estábamos en 1.977, no había
móviles ni internet ni nada de eso, lo más, cabinas telefónicas, y además, muy
pocos tenían teléfono en su casa. Tiramos para el barrio para poder averiguar
algo más, “en casa de Perico están repartiendo los panfletos” nos dijeron, eso
era en Pedro Infinito y para allí nos fuimos. Nos enteramos que eran 15 los arrestados,
todos de izquierdas, ni un facha, la policía aprovechó la ocasión que les brindaba el gobierno
Suarez y se habían pasado la noche deteniendo a todos los líderes de izquierda
de la ciudad, acusándolos de terroristas. En los panfletos, imagínate, que eran
en blanco y negro, emborronados, apurado se reconocían las fotografías de los
rostros de los detenidos. Arriba sí se leía, en letras grandes, en mayúsculas,
“LIBERTAD INMEDIATA”, o algo así, no recuerdo bien, seguramente habrá alguien
que tenga una colección de los panfletos de esa época.
En fin, reconocí a Camilo y alguno más, cogimos
un puñado de carteles, una brocha y llenamos una bolsa de plástico con la cola
que tenían preparada en un cubo. En el reparto de la ciudad nos tocó la zona entre
el Parque Doramas, el Hospital del Pino y la Plaza del Obelisco. Cogimos la
calle Zaragoza y bajamos por el barranquillo de Don Zoilo. Perdona, pero esto
tampoco te lo había contado, éramos 3, Pacuco, Mingo y yo, que me llamaba Pepe,
eran nuestros “nombres de guerra”, te lo tomarás a risas, pero estábamos
realizando una acción ilegal, militábamos en la clandestinidad y nos lo
tomábamos todo muy en serio. A más de uno le habían pegado un tiro en la cabeza
o lo habían torturado, tan sólo por tener ideas distintas a las del régimen. Sabría
yo como se llamaban mis camaradas, pero ese tipo de consignas las teníamos
claras y asumidas, en una actividad de esta índole, nunca se debía nombrar a
nadie por su verdadero nombre, fíjate que hasta ahora, cuarenta años después,
los sigo utilizando.
Nada más llegar al
Parque Doramas, cogimos por Tomás Morales y en la primera pared que
encontramos, empezamos nuestra pegada de carteles. Yo mantenía el pasquín,
Pacuco le daba el brochazo de cola y Mingo vigilaba. El Hospital del Pino lo
enramamos, estaba lleno de gente y todo el mundo se acercaba a leer. En el
cruce de la calle Castillo había una parada de guaguas y la aprovechamos para
pegar unos pocos más. En otro cruce más allá, el de la calle Carvajal, había
otra parada y hacia ella nos dirigimos. Recuerdas que te dije que tenía buen
ojo para detectar a los “secretas”, en la acera de arriba, había aparcado un
seat 1.430 con 3 tipos sospechosos, así se lo hice saber a mis compinches,
pero, jóvenes y audaces, decidimos proseguir con nuestra tarea, “tu acéchalos
Mingo, mientras nosotros pegamos los carteles”.
Llevábamos un par
de ellos pegados, cuando Mingo nos avisó, vimos como se abrían las puertas del coche y corrían hacia nosotros. Pacuco
y yo salimos por patas por la calle Carvajal hacia abajo y Mingo huyó por Tomás
Morales adelante. En Ángel Guimerá nos separamos, Pacuco cogió a la derecha y
yo a la izquierda. Ya lo habíamos hecho otras veces, el truco era separarnos y
luego, ya nos veíamos en el barrio. Ellos también lo tenían ensayado y también
se separaron. Al doblar la siguiente esquina, la de la iglesia de Santa
Teresita del Niño Jesús, te lo juro que se llama así, me lo encontré de frente,
nunca lo olvidaré, una cara de hijo de la gran puta de mucho cuidado, pelo
engominado y sonrisa cínica donde la haya. Se sacó la pistola de la sobaquera,
la amartilló con un sonido hueco, “clack”, “estate quietito o te mato, hijo de
puta”, me dijo apuntándome a la cabeza. Por supuesto que me paré en seco, no estaba
a 2 metros de mí, casi me dejo mear, se echó a reír, se me acercó y me quitó
los carteles que aún llevaba en las manos, ni siquiera me esposó, estaba
sobrado, tan sólo me sujetó de un brazo y me llevó con él. Al momento llegó el
coche y me subieron detrás, allí ya estaba Pacuco con el mismo rostro pálido de
miedo que yo. Unas calles más allá se volvieron a detener y de un zaguán salió
Mingo acompañado del otro secreta. Se subieron los dos detrás, con nosotros
apretujados.
En el corto
trayecto hasta la Plaza de La Feria, no recuerdo que dijeron, risas y chanzas,
nosotros acojonados. El portón estaba abierto y aparcaron en medio del patio, a
las puertas de la comisaría. Según bajamos, se fue haciendo un coro de policías
a nuestro alrededor, eso sí lo recuerdo, iban todos con ropa de paisanos, 8 o
10 por lo menos, comenzaron a darnos empujones y cogotazos, muertos de risa. El
que me detuvo, se acercó a mí con uno de los carteles y recuerdo que me dijo
“ves, ahora este ya no sirve, ahora tienen que hacer otro con vuestras caretos
también”, todos le rieron el chiste. “A ver ¿Quién te dio estos carteles?” me
preguntó con un bofetón en toda la cara. “Los estaban repartiendo en la puerta
del instituto y los cogimos porque sé que Camilo no es ningún terrorista”, le
contesté, no te creas que con valentía, estaba acojonado, con la cabeza gacha y
balbuciendo. “¿De qué coño conoces tú a Camilo?”, “está en mi clase”, “¿Ah sí?
Pues vamos a comprobarlo”, me arrastró de un brazo y me entró a la comisaría.
Caminamos por un pasillo largo de azulejos amarillentos, más de una vez estuve
en ese pasillo, cómo cuando me libré del cuartel y fui allí a recoger el acta
de mi exención, pero esos son historias que te contaré otro día, esta vez me
bajaron por unas escaleras oscuras. Junto a unas puertas metálicas, ahora sí,
custodiadas por grises de uniforme, nos detuvimos y le habló a uno de ellos en
voz baja. El guarda abrió la puerta y llamó a Camilo por su nombre verdadero,
al momento asomó su rostro en el hueco y me vio. Le sonreí, no sé por qué, me
alegré, era un gran amigo y parecía estar bien dentro de lo que cabía. “¿Tú
conoces a éste?”, le espetó el secreta zarandeándome de nuevo, yo los tenía en
la garganta, “sí, está conmigo en clase”, le contestó con voz clara y con el
aplomo que yo admiraba en él.
Ni nos ficharon,
ni tomaron nuestros datos ni nada, ya los tenían me enteraría después, pero esa
también es otra historia que a lo mejor te cuento otro día. En la puerta me dio
otro cogotazo y les hizo señas a los policías que custodiaban a Pacuco y a
Mingo para que nos dejaron marchar.
Fíjate tú si
éramos tontos, que con el cerote y todo, quedamos decepcionados, por lo menos
yo, ellos seguro que también. Me hubiera gustado que me detuviesen, que me
encerraran en aquella celda del sótano de la Plaza de la Feria con los líderes
izquierdistas, sindicalistas, estudiantiles, pero no, me botaron como agua
sucia, no les importaba, no tenía valor alguno para ellos, me dolió en mi
orgullo, en mi tonta vanidad.
Después me enteré
que, los detenidos, estuvieron en huelga de hambre hasta que los soltaron unos
cuantos días más tardes. Entonces, ¡uf!, sí suspiré de alivio.
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