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artemi garcia
II

Enero de 1804
Barranco de San Amaro. Puntagorda


Mercedes Henríquez, "La Antigua", llevaba todo el día trajinando en los alrededores de La Ermita. Se había levantado, todavía de noche, con un presentimiento. Había soñado con un forastero, un hombre pequeño y delgaducho y con mucha mala temple, que gritaba y gesticulaba desde un lugar elevado.
- Hoy llega el nuevo curita San Amaro - le dijo a su hija Irene, que dormía sobre un montón de paja en el fondo de la cueva.
- AyMería Purísima, mamá, ¿Quiés lo que usté dice? ¿Ande saca esas cosas? - la contestó esta, arrebujándose con la zalea que la cubría.
- Tu jazme caso - la recriminó la Antigua - Alevanta y prende el fogar, que yo me voy asomá las cabras, que la bermeja lleva toa la noche berriando.
La Antigua era una mujer de edad madura, que vestía toda de negro, como si estuviera de luto, aunque todo el mundo en el pueblo sabía que su marido, Pedro Hernández, se había marchado para Cuba, dejándolas a su suerte, a ella y a su hija.
- A tu padre lo mató un negro cimarrón con una jorqueta, porque le andiaba pretendiendo su negra - le contestaba a su hija, cuando esta le contaba que algún indiano que había regresado de La Habana, lo había nombrado.
Madre e hija vivían en unas cuevas en el barranco de San Amaro, muy cerca de La Iglesia. La gente la llamaban "La Antigua", porque se decía que era descendiente de los antiguos palmeros, que su familia ya vivía allí cuando llegaron los primeros cristianos. No se les conocía propiedad alguna y subsistían de la caridad de los vecinos y de tres cabritas que criaban con los pastos de unas tierras que la Iglesia poseía en el barranco. A cambio, La Antigua, que era una mujer piadosa y muy devota, se encargaba de asear y barrer la ermita y de limpiar y rastrillar el atrio de malas hierbas.
Su hija Irene, era una joven alegre y agraciada y no falta de pretendientes, pero su madre se los espantaba con su fama de majareta y zahorina. De su padre había heredado unos ojos azules como el mar y el ánimo siempre jubiloso y con ganas de fiesta.
- Igualita que tu padre, - le decía la antigua - namás oyí campanas, ya te pones a bailá.
Cuando La Antigua regresó del corral de las cabras, otra cueva parecida y contigua a la suya, la joven Irene ya había prendido el fogón y puesta a hervir una olla de agua con hojas de naranjera.
- Lu que yo dicía - le habló la madre - la bermeja parió un cabrito macho. Si lu logra, se lu cocinamos al curita pal día San Amaro, que ya tendrá ucho días.
- Pos sí, mamá - le contestó Irene - Carne cabrito pal cura y pa nosotras, agua naranjera con una cuchará gofio.
- Calla, desagradecía - la fulminó con la mirada la Antigua - este curita nus va cambiá la vida, yo que te lo digo.
La joven Irene guardó silencio, sin hacer mucho caso, acostumbrada como estaba, a las predicciones de su madre.
- Yo me voy asomá arriba, a San Amaro - se dirigió la Antigua a su hija, a la vez que se persignaba - que el curita tiene que está al llegá. Tú vete ordeñando las cabras, pero primero deja que el cabrito mame la madre hasta qui se jarte. El beletén que le quites a la bermeja, no lu juntes con la leche las otras cabras que se pone toa agria. Lo jierves aparte, y se lo guardas pal curita, que seguro que el pobre llega con jambre.
- Si mamá, y si usté quié, también le guardo el agua hojas naranjeras que queda - volvió a contestar Irene con sarcasmo.
Esta vez, La Antigua se guardó la respuesta y saliendo de la cueva, se dirigió a buen paso hacia el puente que cruzaba el barranco, para subirse hasta La Ermita. Desde allí, con las primeras clareas del día, aguzó la vista para observar el mar y comprobó, aunque ella ya lo sabía, que no tenía viento ni rebujeras.
- Muchas gracias, San Amaro - rezó a su manera Mercedes La Antigua - que aunque istemos en mes de enero, me lu traes con buena mar.
Mientras escrutaba el cielo, buscando la altura de la luna, para prever la hora de la marea, creyó oír el chasquido que produce el regatón de una lanza sobre el empedrado del camino. Pronto divisó, en el sendero que entraba al barranco, a un hombre acompañado de un perro, que se dirigían hacia donde ella se encontraba. Reconoció enseguida al joven cabrero, Basilio "El Brasita", por su inseparable perro pastor, al que llamaba Pirata, porque tenía una mancha negra sobre un ojo a modo de parche.
- Buenos días tenga usté, Señá Mercedes - la saludó el cabrero, mientras se acercaba bastoneando con su lanza.
- Buenos días, Brasita - le respondió la mujer - pero asujeta ese perro eldiablo, ó le meto un matacán.
Al joven Basilio, que era feote y bajito, lo apodaban Brasita por el color de su pelo, que era de un naranja encendido. Su madre decía, que su abuela contaba, que un tío suyo, un tal Andrés, que había marchado para Cuba, tenía un mechón de pelo en su cabello, igualito. En cambio, la gente recordaba a un inglés, que recogía flores y mariposas y que no se le entendía casi nada de lo que hablaba, que estuvo viviendo en el pueblo por la misma época que ella quedó preñada. Su padre, arrugaba el beso y no decía nada.
- El perro no hace na mujé - la tranquilizó Basilio - quíes mansito como un cordero.
- Muchos dientes en la boca tié - prosiguió la mujer - mejor lo llevaras ensalamao, que tengo yo una cabra paría en la cueva y no quisiera me la espantara, que aluego se le sube la leche y se me manca.
- Está bien mujé, ¡Aquí, Pirata! - llamó Brasita a su perro.
- ¿Y qué vuelta llevas? - le preguntó La Antigua - A estas joras tan tempranas.
- Usté sabrá - le contestó irónico el joven Basilio - que asegún dicen, tó lo sabe.
- Sé las cosas que tengo que sabé.- respondió altiva la mujer - Como que tu, de un tiempo pa cá, revuelves mucho el barranco, y buscando guindas no será, que hasta junio, allá po los días San Antonio, no si dan.
- Verdá es, que yo atrás de guindas nu estoy - replicó el joven sin amedrentarse - pero sí conozco yo una fruta en este barranco, que ya está madura, y si no la recogiera nadie, pudiérase echá a perdé.
- Echao a perdé estarás tú - lo atacó La Antigua - conese pelo jaro que tiés. Deja de decí parranadas si no quiés que me enrabisque. Anda y coge el trillo.
- Está bien, Antigua - claudicó el joven Basilio - Sigo mi camino que me se hace tarde. Ví asomarme al Lomo Los Palos, a vé si encuentro unas chivas que me se envetaron ayé tarde dibajo Las Sabilas.
- Bueno, pos ve con Dios - se despidió la mujer - y ten cuidao con los riscos, que nu es bueno andarlos solo.
-Tranquila, mujé - también se despidió Brasita - que Pirata me jace compaña.
La Antigua se quedó vigilando hasta que el joven Basilio traspuso la verada del barranco. Intencionadamente no le habló de la llegada del nuevo curita de San Amaro. No sabía cómo interpretarlo, pero recordaba que en su sueño, también aparecía el joven Basilio.
continuara

2 comentarios:

Juan dijo...

Esta vieja aficción y aflicción adormilada por las circunstancias de la vida es la eclosión de un huevo que se ahora se rompe por la mirada irónica y sarcástica, pero profunda, alumbrando lo que siempre estuvo allí y que, ahora, otoñal, eclosiona. ¡Luz infinita y eterna, expresar el dolor, compartirlo, vivirlo con arte y con dulzura, acariciar la vida, gozarla adentro!

Manolo dijo...

Amigo Artemi, me tienes sorprendido de esta faceta literiaria. No te creia yo capaz de semejante atrevimiento. Y lo que te queda.... He vuelto a leer este capítulo para darme cuenta del enlace con los siguientes.
¡Animo! a continuar con la obra.
Gracias por el estilo campesino al que pones en las conversaciones. Me gusta y me "jace" recodar a algunas expresiones de mis abuelos. Se nos están olvidando, caray.